La poesía, aquella que en verdad nutre el alma, es quizá el máximo género literario y artístico que la humanidad haya creado. Para Octavio Paz, «Nuestra poesía es conciencia de la separación y tentativa por reunir lo que fue separado. En el poema, el ser y el deseo de ser pactan un instante, como el fruto y los labios.» (El arco y la lira, 1956). Para Johannes Pfeiffer «[…] la poesía no es distracción, sino concentración, no sustituto de la vida, sino iluminación del ser, no claridad del entendimiento, sino verdad del sentimiento» (La Poesía, 1936) y, para Martin Heidegger «[…] en la obra no se trata de la reproducción de los entes singulares existentes, sino al contrario, de la reproducción de la esencia general de las cosas» (Arte y poesía, 1952).
Entonces esta expresión íntima del lenguaje que se vuelve universal, desvela lo otro que está en el interior del poeta, pero a la vez en el interior de toda la humanidad, en ese inconsciente colectivo que solo algunos son capaces de desentrañar mediante el uso de la palabra, cuando la unidad del ser se realiza por un instante que podemos llamar «revelación». Esta revelación, ese momento de claridad que surge al explorarnos con profundidad a nosotros mismos, da salida a lo que somos, a lo que sentimos, y a lo que en última instancia puede llevarnos a la comprensión de nuestra propia existencia, como si todo cobrara sentido súbitamente al liberarnos de aquello que, sin saberlo, nos oprime hasta que le permitimos fluir, como el caudal de un río brioso que por fin desemboca en la inmensidad eterna del mar.
Principalmente por esta razón es que a mí me deleita leer poesía, al mismo tiempo que me despierta el deseo de intentar descifrarla, sentirla, escribirla. En esta ocasión no la escribo, sino la interpreto, a través de un poema que lacera mi miedo de no estar preparado para enfrentarme no con mi propia muerte, sino con la muerte de alguien más, de alguien amado, tan importante para mí que me provoque cobrar consciencia de que, tal vez, aún sigo vivo.

W.H, Auden (Wystan Hugh Auden) fue un poeta y ensayista británico, nacionalizado estadounidense en 1946, y quien muriera en 1973; tuvo una obra prolífica a lo largo de su vida artística desde 1922, y es rememorado no solo por sus poemas, sino también por sus escritos críticos y obras de teatro. Funeral Blues («El blues del funeral») o Stop all the clocks («Detengan todos los relojes»), fue publicado por primera vez en 1938, y originalmente escrito precisamente para una obra de teatro, The Ascent of the F6 («El despegue del F6», 1936). En este poema, Auden manifiesta el lamento de una pérdida que, aunque para el conjunto de la masa social pueda generar cierta conmiseración e incluso indiferencia, para quien la siente representa el final de un todo, tanto, que exige al mundo que se detenga para que, a su lado, sienta empatía emocional por el dolor que embarga la ausencia de el otro.
Así, a continuación les presento mi traducción en español de este poema.
Versión original en inglés | Traducción al español |
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Stop all the clocks, cut off the telephone, Prevent the dog from barking with a juicy bone, Silence the pianos and with muffled drum Bring out the coffin, let the mourners come. Let aeroplanes circle moaning overhead Scribbling on the sky the message He Is Dead, Put crepe bows round the white necks of the public doves, Let the traffic policemen wear black cotton gloves. He was my North, my South, my East and West, My working week and my Sunday rest, My noon, my midnight, my talk, my song; I thought that love would last for ever: I was wrong. The stars are not wanted now: put out every one; Pack up the moon and dismantle the sun; Pour away the ocean and sweep up the wood. For nothing now can ever come to any good. | Paren todos los relojes, corten el teléfono, Que el perro no ladre con un hueso jugoso, Callen los pianos y con tambores tenues Saquen el ataúd, que los dolientes vengan. Que los aeroplanos rodeen el lamento en lo alto Escribiendo en el cielo Él Ha Muerto, Pongan corbatines de crepé en los cuellos blancos de las palomas de la plaza, Que los policías de tránsito usen guantes negros de algodón. Él era mi Norte, mi Sur, mi Este y mi Oeste, Mi semana de trabajo y mi descanso dominical, Mi mediodía, mi medianoche, mi habla, mi canción; Creí que el amor duraría para siempre: estaba equivocado. Las estrellas no son requeridas ahora: apaguen cada una; Empaquen la luna y desmantelen el sol; Vacíen el océano y barran la madera. Porque ahora ya nada bueno puede venir. |
Pintura: W.H. Auden, de LAUTIR. Tomada de https://www.saatchiart.com/